Y llega un momento que hasta lo nuevo se vuelve rutina.
Llegas a tu casa, después de un día como cualquier otro. Tiras la campera, sin
importar que se manche. Revoleas el bolso, sin importar que haya adentro. Te
sacas los zapatos con la ayuda del otro pie, sin importar que se arruinen.
Porque no es la primera vez que los usas. Tampoco la segunda, ni la
tercera. Porque si fuera así, te los
quitarías delicadamente, desatándote los cordones, primero uno y después el
otro. Pero ahora eso ya no lo haces. Ni con los zapatos, ni con la campera ni
con el bolso. De hecho, haces lo mismo con las personas, con tus amigos, tu
familia, tu novio: sabes que están ahí y dejas de mirarlos como si fuese la
primera vez.
Ya quedo en el pasado las primeras miradas, el tener que
pensar tres veces antes de escribir algo o las cosquillas que se sienten en la
panza las primeras salidas o planes. Quedo en el pasado el aprovechar lo más
sencillo como una comida entre amigos o mirar una película con tu familia.
Dejaste de conquistar día a día a las personas que forman parte de tu vida.
Porque, como con los objetos, no son nuevas.
Consumimos objetos, viajes, experiencias, ropa, comida y
hasta personas. Suena fuerte, ¿no? Pero así es. Y con las personas también el
amor. Y ahí terminamos de meter la pata bien hasta el fondo. El amor no se
consume. Porque si fuera la primera vez que hablas con alguien, no querrías
quedarte callado ni un segundo. Porque si fuera la primera vez que salís con
alguien, no olvidarías ni la ropa que lleva puesta, ni su perfume ni lo primero
que te dijo cuándo se vieron. Porque si fuera la primera vez que viajas, te
acordarías hasta el número de asiento que te toco, la música que
escuchabas cuando recién saliste y hasta la cara de tu acompañante.
Y lo mismo pasa con las últimas veces. El problema es que el
destino muchas veces nos juega una mala pasada y no nos avisa la última vez que
vamos a estar o ver a alguien o que vayamos a usar algo. Entonces, seguimos
actuando como si nada pasara. Pero si pudiéramos saberlo, ¿qué cosas harías
sabiendo que es la última vez?
Seguramente, si fuese la última vez que ves a tu hermano
menor le darías todos los consejos que puedas y lo abrazarías hasta que se te
cansen los brazos. Si fuese la última vez que ves a tus amigas, se la pasarían
charlando de todas las anécdotas que tienen juntas, riéndose y disfrutando de
comida rica. Si fuese la última vez que ves a tus papás, les agradecerías todo lo que hicieron y dieron por vos, y los llenarías de besos y abrazos. Si fuese la última vez que pudieras escribir, lo harías dejando
una carta escribiendo sobre tus buenos momentos y agradeciendo a la gente que
formó parte de ellos. Si fuese la última vez que podes ver a esa persona,
seguramente le dirías todo eso que hoy no te animas a decirle. Pero, ¿quién te dijo que hoy no puede ser esa
“última vez”? Todo eso que se te vino a la cabeza, eso que
nunca dijiste, el lugar donde irías, los consejos que darías, los gracias y perdón
que dirías, todo eso es tu destino. No
esperes al último día para hacerlo. Muchas veces ese día llega sin saludarte y
se va sin despedirte. Y así quedas: con los consejos en la garganta, las ganas
de abrazar, de reírte, de agradecer y decir todo lo que te quedo por decir. ¡Deja de esperar! Los últimos días no están marcados
en el calendario.
Abril, 2016.